domingo, 25 de marzo de 2012

Capítulo 02


Pasó la noche en vela, sin que los acontecimientos del día le dejasen conciliar el sueño, especialmente el de la persona que había encontrado en la oscuridad de su edificio. Sólo había conseguido verle por un instante, por lo que los detalles se hacían cada vez más difusos, y ya no estaba tan segura de la semejanza que había encontrado entre esa persona y Nith. Haciendo un gran esfuerzo, pues estaba segura de lo contrario, se autoconvenció de que sólo había sido un producto de las sombras y su imaginación.
Miró el reloj luminoso de su habitación, que marcaba las 6 de la mañana. Cansada de dar vueltas en la cama, se deshizo de las sábanas y se levantó de un salto. “Bueno-pensó-, al menos hoy no llegaré tarde”.
Se dirigió al baño, entre bostezos y cansancio, y el espejo le devolvió su reflejo sin piedad. Tenía unas pronunciadas ojeras, que destacaban aún más el gris de sus ojos y su clara piel. Su pelo castaño, a medio camino entre rizado y liso, era una maraña con aspecto de ser difícil de volver a la normalidad. Hizo una mueca ante su imagen e intentó componerse, con ayuda de algo de maquillaje, un cepillo y paciencia.
Se tomó su tiempo para desayunar y vestirse. Recogió un poco la cocina y el dormitorio. Miró el reloj.
-          Bueno, por un día que llegue un poco antes, no pasa nada. – Cogió el bolso y la carpeta. Tenía la mano en el pomo de la puerta de entrada, dispuesta a abrirla, cuando vaciló. La mano tembló ligeramente sobre el metal mientras recordaba la escena de la noche anterior. Sacudió la cabeza. – Sólo fueron imaginaciones, Eva. Ya basta, no eres una cría. – Y abrió decidida. La luz ya bañaba la planta, pareciendo mucho menos siniestro (aunque se vieran bastante más las grietas y humedades de las paredes). Cerró la puerta y bajó las escaleras, dispuesta a aprovechar el día de hoy y no pensar más en el de ayer.
Se dirigió a la parada del autobús, donde sólo había una mujer mayor sentada. Esperó, balanceándose sobre la punta de los pies. Estaba mirando distraídamente a los lados cuando vio a Nith doblar la esquina. Involuntariamente, la imagen de la persona de la túnica, oculta entre las sombras, pasó como un flash por su mente. Comenzó a ponerse nerviosa, aunque hizo su mejor esfuerzo por controlarse. Para su alivio, el autobús apareció antes de que Nith llegase a su altura, y casi se lanzó desesperada hacia la puerta. La anciana la miró con extrañeza y se sintió sonrojar. Se sentó en un lugar al azar, clavando la vista fijamente en el cristal, por lo que no pudo ver cuando el chico pasó con tranquilidad a su lado, en busca de uno de los asientos del fondo.
Estuvo en tensión durante todo el trayecto, intentando concentrar la mente en otros temas, pero se conocía demasiado bien el recorrido del autobús como para volcar toda su atención en él. Cuando llegó su parada, se demoró lo suficiente como para dejar que Nith bajase primero. Eva guardó una distancia prudencial con él, viendo cómo la mochila se balanceaba en sus hombros, botando con cada paso.  Alguien se le enganchó del brazo, sacándola de su trance.
-          ¿Tú por aquí? ¡No me digas que llego tarde! – Alejandra miró su reloj, fingiendo preocupación. Eva le sacó la lengua, divertida.
-          Yo también puedo llegar a mi hora, ¿qué te creías?
-          Y, para conseguirlo, has tenido que dejar de dormir toda la noche, ¿verdad? Porque vaya mala cara traes, hija. – Eva se llevó las manos a las mejillas, palmeándoselas, esperando que esos golpecitos le trajeran algo de color.
-          ¿Tan mal estoy? – Alejandra asintió con solemnidad. Eva chasqueó la lengua. – Anda que me vas a dar ánimos, querida amiga.
-          ¿Qué? ¿Preferirías que te mintiera? De eso nada. Soy una buena amiga que te ayuda a mejorar. – Eva se echó a reír.
-          Sí, claro. – Miró hacia delante y se dio cuenta de que Nith se había perdido entre los estudiantes que llegaban también a la facultad.
           La jornada fue tranquila, así como la vuelta en bus. Su rutina iba volviendo a la normalidad, y se alegró de ser capaz de mantener a raya las preocupaciones sin fundamento que se había creado ella misma. Sacó el móvil para llamar a su abuela y avisarle de que iba de camino a casa, porque hoy comían juntas, cuando vio un cartelito en la pantalla del teléfono que le avisaba de que había 7 llamadas a las que no había contestado. Se alarmó y abrió la lista de llamadas perdidas, viendo que todas llevaban el mismo nombre. Luis.
 Dejó escapar un largo suspiro. Era algo que esperaba. En las muchas crisis que había tenido en los tres años de relación con Luis, en las que le había pedido algo de tiempo y espacio, él nunca se lo supo conceder, llamándola y yendo a buscarla a su casa insistentemente. Eva aún guardaba la esperanza de que esta vez entendiera que era un fin definitivo, como le había hecho saber con claridad, y desistiera. De hecho, esas dos semanas desde que rompieron habían sido muy tranquilas, sin ninguna llamada o aparición desagradable por su parte. Demasiado tranquilas, quizá. Borró las llamadas y marcó el número de su abuela.
-         ¡Yaya! Estoy llegando, ve calentando la comida si quieres, yo pongo la mesa cuando llegue. – La voz de su abuela le informó que había hecho pollo asado para comer. Con mucho mejor ánimo, llegó hasta su edificio, incluso olvidando que Nith caminaba tras ella, como cada día.
Subió hasta la tercera planta, donde vivía su abuela. El olor a comida casera inundaba el lugar, y su estómago gruñó, exigiendo alimento.
-          Venga, lávate las manos, que se enfría. – Eva asintió, obediente, y puso la mesa en tiempo récord. Estaban ya ambas disfrutando de la exquisita comida que sólo una abuela puede hacer, cuando su ésta habló. - ¿Cómo te ha ido en las clases? – Eva se encogió de hombros.
-         Nada fuera de lo normal, la verdad. Muchos apuntes y muchos trabajos.
-         Bueno, pues ya sabes, no te duermas en los laureles. Que ya estás en la universidad y tienes que estudiar mucho para sacarte la carrera y ser una buena enfermera el día de mañana. – Eva sonrió, inevitablemente. Su abuela se había encargado, en muchos aspectos, del papel de madre y de padre que tanto había escaseado en su vida.
-          Lo sé, yaya. No te preocupes.
Después de recoger la mesa y la cocina, Eva se despidió de su abuela y subió el único tramo de escaleras que la separaba de su casa. Dedicó la tarde a pasar apuntes y dejó el imprimir el trabajo que tenía que entregar al día siguiente para el último momento. Cuando fue a echar mano de los folios, se dio cuenta de que se había quedado sin ninguno. Miró el reloj del salón, que señalaba las 20.18. Salió disparada por la puerta, cogiendo sólo las llaves y algo de dinero. Tuvo que recorrer casi todo su barrio en busca de algún lugar donde le vendieran folios, hasta que encontró una tienda dirigida por uno de esos asiáticos que parecía no tener la necesidad de descansar o dormir.
Estaba doblando la esquina de su casa cuando vio a un chico apoyado en su portal. Conforme se iba acercando, le reconoció. Era Luis. Éste se giró hacia ella y la miró. Iba despeinado y tenía pinta de estar enfadado. Eva apretó la bolsa en su mano y se encaminó hacia la puerta, sin miedo.
-          Espera. – La voz del chico sonaba contenida, y a Eva no le gustó lo que parecía esconder detrás de esa calma tensa. – Tenemos que hablar.
-          No, no tenemos nada que hablar, Luis. Te lo he dicho. – Eva le habló con dureza y sin ninguna duda en la mirada. – Estoy cansada de esto. No quiero volver a verte, no ahora, ni tampoco quiero que esto acabe peor. Porque ha acabado, métetelo en la cabeza. – Eva pudo notar cómo la mirada de Luis se nublaba y un olor a alcohol le inundó las fosas nasales- ¿Has estado bebiendo?
-         A ti qué te importa, no he venido aquí a hablar de eso. – Había bebido. Le conocía demasiado bien como para no reconocer los efectos de la bebida en cada uno de sus movimientos. – Vamos a volver a intentarlo.
-          No, no vamos a volver a intentarlo. Ya hemos hablado de esto y… - Luis la interrumpió.
-          ¡No! – Gritó, comenzando a estar fuera de sí. – Yo no he hablado nada, tú has tomado las decisiones sola. Yo no quiero que esto acabe, y no voy a dejar que lo estropees todo. – Eva estaba comenzando a sentir miedo. Empezó a calibrar cómo de fuerte tendría que golpearle con los 500 folios que portaba para aturdirle y tener tiempo de esconderse en su portal cuando algo pasó a su lado. Al principio sólo notó una leve brisa que le rozaba el brazo, pero luego le vio. Era esa persona otra vez.
No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía: no era una persona. Era algo etéreo, un ser sin cuerpo pero visible. Jamás había contemplado nada más extraño en su vida. Sin embargo, no gritó ni salió corriendo, como cualquier persona normal hubiese hecho en su situación. No le daba “miedo”; todo lo contrario, por loco o extraño que pareciese, le transmitía tranquilidad y seguridad. El ser se puso tras Luis y la miró fijamente a los ojos, como si quisiese decirle algo. Tenía una belleza exquisita: una larga y lisa melena oscura de aspecto sedoso, una piel pálida y tersa como el mármol más puro, un rostro anguloso de proporciones perfectas, unos ojos de un azul límpido que la parecían atravesar con su mirada.
Luis la cogió por el brazo, sacudiéndola y sacándola del trance.
-         ¡…de relación por la borda!
-          ¿Eh? – Eva le miró, confundida, y el enfado de Luis fue aún en mayor aumento.
-         ¡¿Ni siquiera me estabas escuchando?! – Eva notó un dolor punzante en el lugar por el que Luis la tenía sujeta y donde estaba imprimiendo más fuerza.
-          ¡Suéltame, me estás haciendo daño! – Eva forcejeó y notó cómo Luis reducía la presión. El ser le estaba hablando al oído y Luis fruncía el ceño, pero no la soltaba. El ser tocó el brazo de Luis y éste, poco a poco, aflojó su agarre, hasta soltarla.
-         Esto no puede quedar así, Eva. No podemos tirar estos años a la basura. Sabes que nadie te va a querer como yo. Tenemos que volver a estar juntos. Vamos a volver a estarlo. – El ser no dejaba de susurrarle, pero el tono de Luis no dejaba de asustar terriblemente a Eva. El ser tocó ligeramente la sien de Luis, y éste se llevó una mano a la frente. Parecía confundido, como si le hubiese entrado una fuerte jaqueca. El ser la miró y le hizo un claro gesto: huye, ahora.
-         Creo que es mejor que lo dejemos aquí. – Corrió hacia la puerta y la abrió todo lo deprisa que pudo. Desde el vidrio que decoraba la puerta, pudo ver cómo Luis hacía amago de perseguirla, pero el ser le puso una mano sobre el hombro, sin ejercer fuerza, pero consiguiendo retenerle. Sin embargo, había un mensaje claro en la mirada del chico que Eva entendió bien: esto no quedará así. Un escalofrío recorrió la espalda de la muchacha, que subió las escaleras a la carrera y se encerró en su casa, casi sin aire en los pulmones.
Su cabeza era un torbellino de imágenes. El paquete de folios cayó al suelo, con un sonido sordo. Intentó recuperar el aliento y la sensatez, aclarar sus ideas y discernir qué era real y qué producto de su imaginación. Pero esta vez no pudo achacar el extraño encuentro a una mala pasada de su mente, porque el ser estaba allí, frente a ella, de pie en la puerta de su salón, observándola.
                Eva dio un paso hacia el ser, que no se movió de su lugar. Llevaba la misma túnica de un blanco impoluto, ligeramente ceñida al talle con un cíngulo plateado. No había ninguna parte en aquel cuerpo perfecto que le decantara por un sexo u otro; era andrógino, indeterminado, a medio camino entre los dos.
                Y, de pronto, lo entendió, como si una pieza hubiese encajado en su lugar, el click de una cerradura siendo abierta por la llave correcta. No era sólo que ese ser maravilloso se pareciese terriblemente a Nith: ese ser era, de alguna manera, Nith.



Isa

lunes, 5 de marzo de 2012

Capítulo 1


Eva apretó el paso, jadeando. Siempre iba tarde, por mucho que intentara luchar contra ese mal hábito. Cruzó como una exhalación la puerta de la Facultad de Enfermería, pero, al llegar a la clase de primero, vio que el profesor ya había empezado a hablar.
-        Mierda. Tanto correr para ahora quedarme fuera. – Un largo suspiro salió de entre sus labios mientras se dejaba caer en uno de los bancos colocados estratégicamente a los lados de las aulas, pensados para rezagados como ella. Mientras dejaba la pesada carpeta en el asiento, se dio cuenta de que no estaba sola. A su lado, había un chico de su mismo curso. El muchacho tenía los ojos cerrados y unos auriculares puestos.
Si no recordaba mal, el chico se llama Nith. Por el nombre, suponía que era extranjero, aunque no lo podía saber con seguridad, ya que nunca había hablado con él, y eso que llevaban compartiendo aula más de dos meses y seguían un camino parecido de vuelta a casa. Era un chico alto, ni demasiado delgado ni sobrado de peso, con una melena lisa y oscura que descansaba sobre sus hombros. Tenía los ojos de un azul apagado, con una mirada inteligente aunque cautelosa. Por lo que ella había podido notar, no era muy hablador ni se relacionaba demasiado con el resto de la clase.
En estas divagaciones andaba Eva, cuando Nith abrió los ojos y la miró. Ella notó cómo las mejillas se le tintaban de rojo al ser pillada en su escrutinio. “Genial”, pensó Eva, mientras improvisaba una sonrisa.
-          Hola – El chico correspondió a su saludo con un movimiento de cabeza, sin desprenderse de los auriculares. Un silencio incómodo se instaló entre ellos, mientras Eva se devanaba los sesos en busca de un tema de conversación que rompiese el hielo, puesto que les quedaba una hora antes de que comenzara la siguiente asignatura. – También has llegado tarde, ¿verdad? Es un fastidio que no te dejen entrar una vez que empiezan…
El muchacho se encogió de hombros por toda respuesta. “Vaya borde” pensó Eva, mientras se cruzaba de brazos. Su suerte ese lunes parecía estar de vacaciones.
Ante la elocuente conversación de su compañero, Eva dejó que su mente se alejara de allí. Carlos, su padre, no había venido ese fin de semana, ni tampoco le había dado esperanzas en el siguiente. El hombre trabajaba como camionero, recorriendo miles de kilómetros y volviendo a casa cada demasiado tiempo, por lo que apenas conseguían crear el momento idóneo para verse. Su madre falleció cuando ella nació. Por lo que sabía, su madre, Ángela, estaba en contra de la medicina moderna y se negó en rotundo a recibir un seguimiento durante el embarazo, aunque éste fuese tan problemático como fue. Según le había contado su abuela, pues su padre apenas hablaba de su madre, ésta se había ido consumiendo durante los meses de gestación, como una flor que se marchita. Dio a luz en casa, y no resistió el parto, muriendo nada más nacer Eva. El tema de su madre era tabú en su casa, por lo que no sabía mucho más de ella, salvo que no tenía familia, ni padres ni hermanos ni ningún otro familiar. Nadie.
        Sin embargo, aunque pasaba mucho tiempo sola en casa, el hecho de que su abuela viviese en su mismo edificio era un alivio. Aunque, desde que su abuelo falleciera dos años atrás, la anciana salía poco de casa y se había vuelto menos habladora.
Pero siempre podía recurrir a sus amigos cuando la casa se le venía encima. También lo había hecho con Luis, el que era su novio hasta hacía un par de semanas, aunque eso ya no ocurriría más. Habían tenido una fuerte discusión y la relación había acabado en no muy buenos términos.
Y, cuando las cosas pintaban realmente mal, se encerraba en su habitación y se armaba con su guitarra y un puñado de acordes. Ése era un método infalible para relajarse y volver las cosas de otro color.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que apenas se dio cuenta de que Nith la observaba desde el otro extremo del banco. No sabía cuánto tiempo llevaba haciéndolo, pero la miraba con curiosidad, como el que ve por primera vez un raro espécimen. Instintivamente, la chica se palpó la cara, en busca de algo fuera de lo normal.
-         Eh… ¿Pasa algo? – El muchacho negó lentamente con la cabeza, mientras mantenía en ella esa mirada inquietante y llena de curiosidad, como si intentara entrar en su cabeza y entender qué era lo que rondaba por allí. El sonido de las pisadas y los cuchicheos anticiparon la avalancha de gente que salió por la puerta del aula. ¿Tan pronto había pasado el tiempo? “No importa, salvada por la campana” pensó Eva al tiempo que se levantaba. Entre los nervios que le había causado la mirada de Nith y las prisas por alejarse de allí, sus pies no terminaron de coordinarse y perdió el equilibrio tras un traspié inoportuno.
Una mano atrapó su muñeca y le devolvió la estabilidad. Ante el contacto, un ligero chisporroteo se abrió paso bajo su piel, haciéndola estremecer por un instante. Al girarse, vio que el dueño de la mano era Nith, que la miraba con gravedad mientras la soltaba. ¿También había notado él aquella especie de electricidad?
-          Gracias. Vaya tropiezo más tonto. – Una risilla tan ridícula como nerviosa acompañó a sus palabras. El chico le alargó la carpeta que Eva había dejado en el banco y de la cual ni siquiera se acordaba ya.
-          Ten más cuidado la próxima vez – Ella no pudo más que asentir mientras sostenía la carpeta contra su pecho, aún aturdida por lo que acababa de ocurrir.
Y ésas fueron las únicas palabras que Nith pronunció antes de entrar a la clase, en busca de un asiento libre.
Eva entró pasados unos momentos, sacudiendo la cabeza. “Electricidad entre dos cuerpos, es algo que pasa muy a menudo. No lo pienses más”. Pasó la mirada por la clase y vio a Gloria y a Alejandra haciéndole señas desde una de las filas de la parte derecha. Le habían guardado un asiento. Les sonrió y se acercó a ellas.
-          ¿Qué, otra vez se te han pegado las sábanas? – Bromeó Álex.
-          Eso parece. – Eva se encogió de hombros. – Se me olvidó poner el despertador anoche. Soy un desastre.
El profesor de fisiología entró y todos los alumnos tomaron asiento. Las clases pasaron sin pena ni gloria y, antes de darse cuenta, la jornada había llegado a su fin. Se dirigió con las chicas hacia la salida, comentando el fin de semana.
-         Entonces, ¿Luis no te ha vuelto a llamar? – Preguntó Gloria. Eva negó.
-          No, no. Le dejé bastante claro que no quería saber de él, y parece que esta vez me está haciendo caso. No quiero terminar aún peor con él. – Las chicas asintieron y llegaron al cruce en el que sus caminos se separaban. Una breve despedida y Eva se encaminó hacia la parada de autobús. Allí estaba Nith, como cada día, sólo que hoy, en lugar de ni siquiera reparar en él, se sentía incómoda. Pero él estaba tranquilamente apoyado en la estructura de plástico, marcando con el pie el ritmo de la música que fluía desde sus auriculares.
El bus no tardó en llegar, casi vacío. Eva vivía en un barrio bastante alejado de la facultad donde estudiaba, por lo que el viaje era largo. Nith se sentó en uno de los asientos del fondo, lejos de ella. “Mejor. Después de todo, es un día normal. No le des más vueltas, Eva.” Con esta idea en mente, perdió su mirada en el conocido recorrido que la llevaba de regreso a la soledad de su hogar.
                45 minutos después, llegó a su parada. Nith se bajó tras ella y, aunque ambos seguían la misma dirección, lo hacían por separado. Por lo que había observado, Nith debía de vivir en alguna calle cercana a la suya, porque dejaba atrás el portal de Eva y doblaba la siguiente esquina, como si conociese bien la zona. Eva vivía en un barrio humilde, por el que no era demasiado aconsejable ir a altas horas. No tenía por qué pasarte nada, pero era mejor no tentar a la suerte ni a los muchos jóvenes sin oficio ni beneficio que esperaban encontrar cualquier víctima distraída de la que pudiesen sustraer algo.
                La chica subió los cuatro tramos de escaleras que conducían a su planta. El edificio tenía ascensor, pero era viejo y destartalado, algo que nunca había inspirado confianza en la chica, que prefería abogar por el ejercicio antes que arriesgarse a quedarse encerrada en ese metro cuadrado hasta que alguien notase su ausencia (lo que podía ser demasiado tiempo). Abrió la puerta del piso, y las bisagras se quejaron por el esfuerzo. Como de costumbre, nadie la esperaba para darle la bienvenida. Le había propuesto en varias ocasiones a su padre el tener un perro, pero él siempre ponía la misma excusa: “Pasamos demasiado tiempo fuera de casa y no nos ocuparíamos debidamente de él”. Y, en gran parte, Eva no podía negar que tenía razón, pero el sentido común no le aliviaba la sensación de vacío que la inundaba cada vez que volvía al piso.
                Se fue derecha al frigorífico y se hizo con unos macarrones que no tenían mala pinta del todo, aunque no sabía muy bien cuántos días llevarían ahí.
-         Bueno, lo que no mata, engorda. – Y, con un encogimiento de hombros, se dispuso a hacer la prueba.
Una vez recogida la mesa, se tumbó en el sofá, poniendo la tele en un canal al azar. Un documental sobre leones. Bueno, tampoco estaba tan mal. Cuando quiso percatarse, se sorprendió acariciándose la muñeca, en el lugar donde Nith la había tocado. Había sido la sensación más rara que había tenido nunca. Sacudió la cabeza y se centró en la imagen de la pantalla, donde una leona amamantaba a sus crías. Y así, entre felinos y el recuerdo de unos despiertos ojos azules mirándola, se quedó dormida.
Eva pasó la tarde entre apuntes, música y una visita fugaz a su abuela. Como siempre, salió con el tiempo justo a hacer la compra antes de que se cerraran las tiendas. Si su padre la viese salir ya de noche, le reñiría por el descuido. Aceleró el paso para llegar lo más pronto posible.
Se encontraba ya en el cuarto piso de su edificio, jadeante por la caminata y los peldaños, cuando, sin saber muy bien por qué, algo la hizo girarse hacia su derecha. Y ahí, en el hueco entre el ascensor y la pared, había alguien. Los latidos se le dispararon y echó a correr hacia su puerta, abriendo a duras penas y cerrando con celeridad tras de sí.
Con el corazón aún bombeando desacompasadamente y las manos sudorosas, se asomó por la mirilla. No había nadie. Temblando, se deslizó por la madera de la puerta, dejándose caer sentada en el suelo, con el contenido de las bolsas que cargaba desparramado a sus pies, e intentó aclarar su visión de lo que acababa de ocurrir.
Allí había habido alguien hacía menos de 30 segundos. O algo. Estaba completamente segura. No sabría decir si era un hombre o una mujer, ya que vestía una especie de túnica blanca con un cíngulo plateado. Por lo poco que había podido apreciar, tenía unas facciones angulosas a la par que delicadas, andróginas como su cuerpo en sí. Por mucho que quisiese negarlo y por más que supiese que era más sugestión que razón, no podía evitar encontrar gran parecido entre ese rostro extremadamente armonioso y el de Nith.


Isa

¿Cielo o infierno?

¿Qué ocurriría si tu mundo cambiase por completo? ¿Si empezases a ver el mundo de otra forma? ¿O si fuese otro mundo radicalmente distinto al que creías conocer?
Eva tiene en sus manos el ancestral equilibrio entre el bien y el mal, y una sola decisión suya puede inclinar la balanza...