lunes, 5 de marzo de 2012

Capítulo 1


Eva apretó el paso, jadeando. Siempre iba tarde, por mucho que intentara luchar contra ese mal hábito. Cruzó como una exhalación la puerta de la Facultad de Enfermería, pero, al llegar a la clase de primero, vio que el profesor ya había empezado a hablar.
-        Mierda. Tanto correr para ahora quedarme fuera. – Un largo suspiro salió de entre sus labios mientras se dejaba caer en uno de los bancos colocados estratégicamente a los lados de las aulas, pensados para rezagados como ella. Mientras dejaba la pesada carpeta en el asiento, se dio cuenta de que no estaba sola. A su lado, había un chico de su mismo curso. El muchacho tenía los ojos cerrados y unos auriculares puestos.
Si no recordaba mal, el chico se llama Nith. Por el nombre, suponía que era extranjero, aunque no lo podía saber con seguridad, ya que nunca había hablado con él, y eso que llevaban compartiendo aula más de dos meses y seguían un camino parecido de vuelta a casa. Era un chico alto, ni demasiado delgado ni sobrado de peso, con una melena lisa y oscura que descansaba sobre sus hombros. Tenía los ojos de un azul apagado, con una mirada inteligente aunque cautelosa. Por lo que ella había podido notar, no era muy hablador ni se relacionaba demasiado con el resto de la clase.
En estas divagaciones andaba Eva, cuando Nith abrió los ojos y la miró. Ella notó cómo las mejillas se le tintaban de rojo al ser pillada en su escrutinio. “Genial”, pensó Eva, mientras improvisaba una sonrisa.
-          Hola – El chico correspondió a su saludo con un movimiento de cabeza, sin desprenderse de los auriculares. Un silencio incómodo se instaló entre ellos, mientras Eva se devanaba los sesos en busca de un tema de conversación que rompiese el hielo, puesto que les quedaba una hora antes de que comenzara la siguiente asignatura. – También has llegado tarde, ¿verdad? Es un fastidio que no te dejen entrar una vez que empiezan…
El muchacho se encogió de hombros por toda respuesta. “Vaya borde” pensó Eva, mientras se cruzaba de brazos. Su suerte ese lunes parecía estar de vacaciones.
Ante la elocuente conversación de su compañero, Eva dejó que su mente se alejara de allí. Carlos, su padre, no había venido ese fin de semana, ni tampoco le había dado esperanzas en el siguiente. El hombre trabajaba como camionero, recorriendo miles de kilómetros y volviendo a casa cada demasiado tiempo, por lo que apenas conseguían crear el momento idóneo para verse. Su madre falleció cuando ella nació. Por lo que sabía, su madre, Ángela, estaba en contra de la medicina moderna y se negó en rotundo a recibir un seguimiento durante el embarazo, aunque éste fuese tan problemático como fue. Según le había contado su abuela, pues su padre apenas hablaba de su madre, ésta se había ido consumiendo durante los meses de gestación, como una flor que se marchita. Dio a luz en casa, y no resistió el parto, muriendo nada más nacer Eva. El tema de su madre era tabú en su casa, por lo que no sabía mucho más de ella, salvo que no tenía familia, ni padres ni hermanos ni ningún otro familiar. Nadie.
        Sin embargo, aunque pasaba mucho tiempo sola en casa, el hecho de que su abuela viviese en su mismo edificio era un alivio. Aunque, desde que su abuelo falleciera dos años atrás, la anciana salía poco de casa y se había vuelto menos habladora.
Pero siempre podía recurrir a sus amigos cuando la casa se le venía encima. También lo había hecho con Luis, el que era su novio hasta hacía un par de semanas, aunque eso ya no ocurriría más. Habían tenido una fuerte discusión y la relación había acabado en no muy buenos términos.
Y, cuando las cosas pintaban realmente mal, se encerraba en su habitación y se armaba con su guitarra y un puñado de acordes. Ése era un método infalible para relajarse y volver las cosas de otro color.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que apenas se dio cuenta de que Nith la observaba desde el otro extremo del banco. No sabía cuánto tiempo llevaba haciéndolo, pero la miraba con curiosidad, como el que ve por primera vez un raro espécimen. Instintivamente, la chica se palpó la cara, en busca de algo fuera de lo normal.
-         Eh… ¿Pasa algo? – El muchacho negó lentamente con la cabeza, mientras mantenía en ella esa mirada inquietante y llena de curiosidad, como si intentara entrar en su cabeza y entender qué era lo que rondaba por allí. El sonido de las pisadas y los cuchicheos anticiparon la avalancha de gente que salió por la puerta del aula. ¿Tan pronto había pasado el tiempo? “No importa, salvada por la campana” pensó Eva al tiempo que se levantaba. Entre los nervios que le había causado la mirada de Nith y las prisas por alejarse de allí, sus pies no terminaron de coordinarse y perdió el equilibrio tras un traspié inoportuno.
Una mano atrapó su muñeca y le devolvió la estabilidad. Ante el contacto, un ligero chisporroteo se abrió paso bajo su piel, haciéndola estremecer por un instante. Al girarse, vio que el dueño de la mano era Nith, que la miraba con gravedad mientras la soltaba. ¿También había notado él aquella especie de electricidad?
-          Gracias. Vaya tropiezo más tonto. – Una risilla tan ridícula como nerviosa acompañó a sus palabras. El chico le alargó la carpeta que Eva había dejado en el banco y de la cual ni siquiera se acordaba ya.
-          Ten más cuidado la próxima vez – Ella no pudo más que asentir mientras sostenía la carpeta contra su pecho, aún aturdida por lo que acababa de ocurrir.
Y ésas fueron las únicas palabras que Nith pronunció antes de entrar a la clase, en busca de un asiento libre.
Eva entró pasados unos momentos, sacudiendo la cabeza. “Electricidad entre dos cuerpos, es algo que pasa muy a menudo. No lo pienses más”. Pasó la mirada por la clase y vio a Gloria y a Alejandra haciéndole señas desde una de las filas de la parte derecha. Le habían guardado un asiento. Les sonrió y se acercó a ellas.
-          ¿Qué, otra vez se te han pegado las sábanas? – Bromeó Álex.
-          Eso parece. – Eva se encogió de hombros. – Se me olvidó poner el despertador anoche. Soy un desastre.
El profesor de fisiología entró y todos los alumnos tomaron asiento. Las clases pasaron sin pena ni gloria y, antes de darse cuenta, la jornada había llegado a su fin. Se dirigió con las chicas hacia la salida, comentando el fin de semana.
-         Entonces, ¿Luis no te ha vuelto a llamar? – Preguntó Gloria. Eva negó.
-          No, no. Le dejé bastante claro que no quería saber de él, y parece que esta vez me está haciendo caso. No quiero terminar aún peor con él. – Las chicas asintieron y llegaron al cruce en el que sus caminos se separaban. Una breve despedida y Eva se encaminó hacia la parada de autobús. Allí estaba Nith, como cada día, sólo que hoy, en lugar de ni siquiera reparar en él, se sentía incómoda. Pero él estaba tranquilamente apoyado en la estructura de plástico, marcando con el pie el ritmo de la música que fluía desde sus auriculares.
El bus no tardó en llegar, casi vacío. Eva vivía en un barrio bastante alejado de la facultad donde estudiaba, por lo que el viaje era largo. Nith se sentó en uno de los asientos del fondo, lejos de ella. “Mejor. Después de todo, es un día normal. No le des más vueltas, Eva.” Con esta idea en mente, perdió su mirada en el conocido recorrido que la llevaba de regreso a la soledad de su hogar.
                45 minutos después, llegó a su parada. Nith se bajó tras ella y, aunque ambos seguían la misma dirección, lo hacían por separado. Por lo que había observado, Nith debía de vivir en alguna calle cercana a la suya, porque dejaba atrás el portal de Eva y doblaba la siguiente esquina, como si conociese bien la zona. Eva vivía en un barrio humilde, por el que no era demasiado aconsejable ir a altas horas. No tenía por qué pasarte nada, pero era mejor no tentar a la suerte ni a los muchos jóvenes sin oficio ni beneficio que esperaban encontrar cualquier víctima distraída de la que pudiesen sustraer algo.
                La chica subió los cuatro tramos de escaleras que conducían a su planta. El edificio tenía ascensor, pero era viejo y destartalado, algo que nunca había inspirado confianza en la chica, que prefería abogar por el ejercicio antes que arriesgarse a quedarse encerrada en ese metro cuadrado hasta que alguien notase su ausencia (lo que podía ser demasiado tiempo). Abrió la puerta del piso, y las bisagras se quejaron por el esfuerzo. Como de costumbre, nadie la esperaba para darle la bienvenida. Le había propuesto en varias ocasiones a su padre el tener un perro, pero él siempre ponía la misma excusa: “Pasamos demasiado tiempo fuera de casa y no nos ocuparíamos debidamente de él”. Y, en gran parte, Eva no podía negar que tenía razón, pero el sentido común no le aliviaba la sensación de vacío que la inundaba cada vez que volvía al piso.
                Se fue derecha al frigorífico y se hizo con unos macarrones que no tenían mala pinta del todo, aunque no sabía muy bien cuántos días llevarían ahí.
-         Bueno, lo que no mata, engorda. – Y, con un encogimiento de hombros, se dispuso a hacer la prueba.
Una vez recogida la mesa, se tumbó en el sofá, poniendo la tele en un canal al azar. Un documental sobre leones. Bueno, tampoco estaba tan mal. Cuando quiso percatarse, se sorprendió acariciándose la muñeca, en el lugar donde Nith la había tocado. Había sido la sensación más rara que había tenido nunca. Sacudió la cabeza y se centró en la imagen de la pantalla, donde una leona amamantaba a sus crías. Y así, entre felinos y el recuerdo de unos despiertos ojos azules mirándola, se quedó dormida.
Eva pasó la tarde entre apuntes, música y una visita fugaz a su abuela. Como siempre, salió con el tiempo justo a hacer la compra antes de que se cerraran las tiendas. Si su padre la viese salir ya de noche, le reñiría por el descuido. Aceleró el paso para llegar lo más pronto posible.
Se encontraba ya en el cuarto piso de su edificio, jadeante por la caminata y los peldaños, cuando, sin saber muy bien por qué, algo la hizo girarse hacia su derecha. Y ahí, en el hueco entre el ascensor y la pared, había alguien. Los latidos se le dispararon y echó a correr hacia su puerta, abriendo a duras penas y cerrando con celeridad tras de sí.
Con el corazón aún bombeando desacompasadamente y las manos sudorosas, se asomó por la mirilla. No había nadie. Temblando, se deslizó por la madera de la puerta, dejándose caer sentada en el suelo, con el contenido de las bolsas que cargaba desparramado a sus pies, e intentó aclarar su visión de lo que acababa de ocurrir.
Allí había habido alguien hacía menos de 30 segundos. O algo. Estaba completamente segura. No sabría decir si era un hombre o una mujer, ya que vestía una especie de túnica blanca con un cíngulo plateado. Por lo poco que había podido apreciar, tenía unas facciones angulosas a la par que delicadas, andróginas como su cuerpo en sí. Por mucho que quisiese negarlo y por más que supiese que era más sugestión que razón, no podía evitar encontrar gran parecido entre ese rostro extremadamente armonioso y el de Nith.


Isa

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