Eva apretó el paso, jadeando.
Siempre iba tarde, por mucho que intentara luchar contra ese mal hábito. Cruzó
como una exhalación la puerta de la Facultad de Enfermería, pero, al llegar a
la clase de primero, vio que el profesor ya había empezado a hablar.
- –Mierda. Tanto correr para ahora quedarme fuera.
– Un largo suspiro salió de entre sus labios mientras se dejaba caer en uno de
los bancos colocados estratégicamente a los lados de las aulas, pensados para
rezagados como ella. Mientras dejaba la pesada carpeta en el asiento, se dio
cuenta de que no estaba sola. A su lado, había un chico de su mismo curso. El
muchacho tenía los ojos cerrados y unos auriculares puestos.
Si no recordaba mal, el chico se
llama Nith. Por el nombre, suponía que era extranjero, aunque no lo podía saber
con seguridad, ya que nunca había hablado con él, y eso que llevaban
compartiendo aula más de dos meses y seguían un camino parecido de vuelta a
casa. Era un chico alto, ni demasiado delgado ni sobrado de peso, con una melena
lisa y oscura que descansaba sobre sus hombros. Tenía los ojos de un azul
apagado, con una mirada inteligente aunque cautelosa. Por lo que ella había
podido notar, no era muy hablador ni se relacionaba demasiado con el resto de
la clase.
En estas divagaciones andaba Eva,
cuando Nith abrió los ojos y la miró. Ella notó cómo las mejillas se le
tintaban de rojo al ser pillada en su escrutinio. “Genial”, pensó Eva, mientras
improvisaba una sonrisa.
- –Hola – El chico correspondió a su saludo con un
movimiento de cabeza, sin desprenderse de los auriculares. Un silencio incómodo
se instaló entre ellos, mientras Eva se devanaba los sesos en busca de un tema
de conversación que rompiese el hielo, puesto que les quedaba una hora antes de
que comenzara la siguiente asignatura. – También has llegado tarde, ¿verdad? Es
un fastidio que no te dejen entrar una vez que empiezan…
El muchacho se encogió de hombros
por toda respuesta. “Vaya borde” pensó Eva, mientras se cruzaba de brazos. Su
suerte ese lunes parecía estar de vacaciones.
Ante la elocuente conversación de
su compañero, Eva dejó que su mente se alejara de allí. Carlos, su padre, no
había venido ese fin de semana, ni tampoco le había dado esperanzas en el
siguiente. El hombre trabajaba como camionero, recorriendo miles de kilómetros
y volviendo a casa cada demasiado tiempo, por lo que apenas conseguían crear el
momento idóneo para verse. Su madre falleció cuando ella nació. Por lo que
sabía, su madre, Ángela, estaba en contra de la medicina moderna y se negó en
rotundo a recibir un seguimiento durante el embarazo, aunque éste fuese tan
problemático como fue. Según le había contado su abuela, pues su padre apenas
hablaba de su madre, ésta se había ido consumiendo durante los meses de
gestación, como una flor que se marchita. Dio a luz en casa, y no resistió el
parto, muriendo nada más nacer Eva. El tema de su madre era tabú en su casa,
por lo que no sabía mucho más de ella, salvo que no tenía familia, ni padres ni
hermanos ni ningún otro familiar. Nadie.
Sin
embargo, aunque pasaba mucho tiempo sola en casa, el hecho de que su abuela
viviese en su mismo edificio era un alivio. Aunque, desde que su abuelo
falleciera dos años atrás, la anciana salía poco de casa y se había vuelto
menos habladora.
Pero siempre podía recurrir a sus
amigos cuando la casa se le venía encima. También lo había hecho con Luis, el
que era su novio hasta hacía un par de semanas, aunque eso ya no ocurriría más.
Habían tenido una fuerte discusión y la relación había acabado en no muy buenos
términos.
Y, cuando las cosas pintaban
realmente mal, se encerraba en su habitación y se armaba con su guitarra y un
puñado de acordes. Ése era un método infalible para relajarse y volver las
cosas de otro color.
Estaba tan inmersa en sus
pensamientos que apenas se dio cuenta de que Nith la observaba desde el otro
extremo del banco. No sabía cuánto tiempo llevaba haciéndolo, pero la miraba
con curiosidad, como el que ve por primera vez un raro espécimen. Instintivamente,
la chica se palpó la cara, en busca de algo fuera de lo normal.
- –Eh… ¿Pasa algo? – El muchacho negó lentamente
con la cabeza, mientras mantenía en ella esa mirada inquietante y llena de
curiosidad, como si intentara entrar en su cabeza y entender qué era lo que
rondaba por allí. El sonido de las pisadas y los cuchicheos anticiparon la
avalancha de gente que salió por la puerta del aula. ¿Tan pronto había pasado
el tiempo? “No importa, salvada por la campana” pensó Eva al tiempo que se
levantaba. Entre los nervios que le había causado la mirada de Nith y las prisas
por alejarse de allí, sus pies no terminaron de coordinarse y perdió el
equilibrio tras un traspié inoportuno.
Una mano atrapó su muñeca y le
devolvió la estabilidad. Ante el contacto, un ligero chisporroteo se abrió paso
bajo su piel, haciéndola estremecer por un instante. Al girarse, vio que el
dueño de la mano era Nith, que la miraba con gravedad mientras la soltaba.
¿También había notado él aquella especie de electricidad?
- –Gracias. Vaya tropiezo más tonto. – Una risilla
tan ridícula como nerviosa acompañó a sus palabras. El chico le alargó la
carpeta que Eva había dejado en el banco y de la cual ni siquiera se acordaba
ya.
- –Ten más cuidado la próxima vez – Ella no pudo
más que asentir mientras sostenía la carpeta contra su pecho, aún aturdida por
lo que acababa de ocurrir.
Y ésas fueron las únicas palabras
que Nith pronunció antes de entrar a la clase, en busca de un asiento libre.
Eva entró pasados unos momentos,
sacudiendo la cabeza. “Electricidad entre dos cuerpos, es algo que pasa muy a
menudo. No lo pienses más”. Pasó la mirada por la clase y vio a Gloria y a
Alejandra haciéndole señas desde una de las filas de la parte derecha. Le
habían guardado un asiento. Les sonrió y se acercó a ellas.
- –¿Qué, otra vez se te han pegado las sábanas? –
Bromeó Álex.
- –Eso parece. – Eva se encogió de hombros. – Se me
olvidó poner el despertador anoche. Soy un desastre.
El profesor de fisiología entró y
todos los alumnos tomaron asiento. Las clases pasaron sin pena ni gloria y,
antes de darse cuenta, la jornada había llegado a su fin. Se dirigió con las
chicas hacia la salida, comentando el fin de semana.
- –Entonces, ¿Luis no te ha vuelto a llamar? –
Preguntó Gloria. Eva negó.
- –No, no. Le dejé bastante claro que no quería
saber de él, y parece que esta vez me está haciendo caso. No quiero terminar
aún peor con él. – Las chicas asintieron y llegaron al cruce en el que sus
caminos se separaban. Una breve despedida y Eva se encaminó hacia la parada de
autobús. Allí estaba Nith, como cada día, sólo que hoy, en lugar de ni siquiera
reparar en él, se sentía incómoda. Pero él estaba tranquilamente apoyado en la
estructura de plástico, marcando con el pie el ritmo de la música que fluía
desde sus auriculares.
El bus no tardó en llegar, casi
vacío. Eva vivía en un barrio bastante alejado de la facultad donde estudiaba,
por lo que el viaje era largo. Nith se sentó en uno de los asientos del fondo,
lejos de ella. “Mejor. Después de todo, es un día normal. No le des más
vueltas, Eva.” Con esta idea en mente, perdió su mirada en el conocido
recorrido que la llevaba de regreso a la soledad de su hogar.
45
minutos después, llegó a su parada. Nith se bajó tras ella y, aunque ambos
seguían la misma dirección, lo hacían por separado. Por lo que había observado,
Nith debía de vivir en alguna calle cercana a la suya, porque dejaba atrás el
portal de Eva y doblaba la siguiente esquina, como si conociese bien la zona.
Eva vivía en un barrio humilde, por el que no era demasiado aconsejable ir a
altas horas. No tenía por qué pasarte nada, pero era mejor no tentar a la
suerte ni a los muchos jóvenes sin oficio ni beneficio que esperaban encontrar
cualquier víctima distraída de la que pudiesen sustraer algo.
La
chica subió los cuatro tramos de escaleras que conducían a su planta. El
edificio tenía ascensor, pero era viejo y destartalado, algo que nunca había
inspirado confianza en la chica, que prefería abogar por el ejercicio antes que
arriesgarse a quedarse encerrada en ese metro cuadrado hasta que alguien notase
su ausencia (lo que podía ser demasiado tiempo). Abrió la puerta del piso, y
las bisagras se quejaron por el esfuerzo. Como de costumbre, nadie la esperaba
para darle la bienvenida. Le había propuesto en varias ocasiones a su padre el
tener un perro, pero él siempre ponía la misma excusa: “Pasamos demasiado
tiempo fuera de casa y no nos ocuparíamos debidamente de él”. Y, en gran parte,
Eva no podía negar que tenía razón, pero el sentido común no le aliviaba la
sensación de vacío que la inundaba cada vez que volvía al piso.
Se fue
derecha al frigorífico y se hizo con unos macarrones que no tenían mala pinta
del todo, aunque no sabía muy bien cuántos días llevarían ahí.
- –Bueno, lo que no mata, engorda. – Y, con un
encogimiento de hombros, se dispuso a hacer la prueba.
Una vez recogida la mesa, se
tumbó en el sofá, poniendo la tele en un canal al azar. Un documental sobre
leones. Bueno, tampoco estaba tan mal. Cuando quiso percatarse, se sorprendió
acariciándose la muñeca, en el lugar donde Nith la había tocado. Había sido la
sensación más rara que había tenido nunca. Sacudió la cabeza y se centró en la
imagen de la pantalla, donde una leona amamantaba a sus crías. Y así, entre
felinos y el recuerdo de unos despiertos ojos azules mirándola, se quedó
dormida.
Eva pasó la tarde entre apuntes,
música y una visita fugaz a su abuela. Como siempre, salió con el tiempo justo
a hacer la compra antes de que se cerraran las tiendas. Si su padre la viese
salir ya de noche, le reñiría por el descuido. Aceleró el paso para llegar lo
más pronto posible.
Se encontraba ya en el cuarto
piso de su edificio, jadeante por la caminata y los peldaños, cuando, sin saber
muy bien por qué, algo la hizo girarse hacia su derecha. Y ahí, en el hueco
entre el ascensor y la pared, había alguien. Los latidos se le dispararon y
echó a correr hacia su puerta, abriendo a duras penas y cerrando con celeridad
tras de sí.
Con el corazón aún bombeando
desacompasadamente y las manos sudorosas, se asomó por la mirilla. No había
nadie. Temblando, se deslizó por la madera de la puerta, dejándose caer sentada
en el suelo, con el contenido de las bolsas que cargaba desparramado a sus
pies, e intentó aclarar su visión de lo que acababa de ocurrir.
Allí había habido alguien hacía
menos de 30 segundos. O algo. Estaba completamente segura. No sabría decir si
era un hombre o una mujer, ya que vestía una especie de túnica blanca con un
cíngulo plateado. Por lo poco que había podido apreciar, tenía unas facciones
angulosas a la par que delicadas, andróginas como su cuerpo en sí. Por mucho
que quisiese negarlo y por más que supiese que era más sugestión que razón, no
podía evitar encontrar gran parecido entre ese rostro extremadamente armonioso
y el de Nith.
Isa
Isa
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